Este tema ha sido tratado desde hace décadas por personajes como Peter Drucker y más recientemente por Stephen Covey.

En el trabajo, aun hoy en día se mide a las personas por “lo que hacen” y no “por lo que son”, se le exige cubrir metas y objetivos: si se cumplen se les da la palmada en la espalda y se les dice ¡Bien hecho!. Por otro lado, el incumplimiento conlleva al castigo, las repercusiones y hasta al insulto.

La era industrial lego un sistema de control que, los directivos de hoy en día, siguen aplicando: La filosofía de la motivación basada en premios y castigos, modelo netamente conductista.

Para ejecutar esta técnica motivacional se coloca una zanahoria delante del colaborador (recompensa) y se conduce con el palo desde atrás (temor y castigo). Así es, la tan conocida y retrógrada técnica de “la zanahoria y el palo” ya enquistada en la mayoría de las empresas sigue aplicándose hoy en día.

Pocas personas tienen la capacidad de ver de manera compleja  y pueden ver la valía y el verdadero potencial de sus colaboradores, por el contrario, la mayoria de las personas con algún nivel de poder en el organigrama, tiende a marearse en un tabique e insultan, despersonalizan, alienan, desvalorizan y crean y reproducen una cultura laboral basada en la desconfianza.

Ya desde el siglo pasado se pugnaba por comprender que el activo más valiosos de una empresa son sus trabajadores y la productividad de los mismos, al parecer, con poco éxito.

Tratar a las personas como cosas implica aceptar que se están formando colaboradores codependientes del sistema que los crea y las decisiones que pudieran llegar a tomar en beneficio del sistema, solo podrían ser tomadas por quienes se encuentran en una posición de autoridad. ¿Se ha preguntado si al interior de la empresa o institución en la que trabaja, la iniciativa es castigada o solamente la poseen los líderes y cuál es su papel en la reproducción de este sistema.